«Ahora me iré a casa a preparar la comida, a barrer y a fregar. Y ella cuando llegue estará tumbá, tó lo larga que es. Y luego quieren igualdad. ¡A dónde vamos a llegar!». Esto comentó ayer, 12 de marzo de 2016, un compañero, maestro, a la salida de una actividad, rodeado del alumnado, que empezaron a increpar e insultar a la compañera de este hombre. «Es que las mujeres, vamos a hurgar en el tema de las mujeres, es que vaya tela». Esto comenta otro compañero machirulo (maestro), que se anima con los comentarios tan educativos que entablan ante el foro de chicos y chicas, sus alumnas y alumnos.
Nº 217
Íbamos mi novio y yo andando por la calle cuando un niñato gritó desde un coche «¡Fóllatela!». Como si fuera un mero objeto, por ser chica, y mi novio el sujeto. Supongo que si hubiera ido sola habrían gritado igual cualquier cosa, con ánimo de ofender.
27 años.
Nº 216
Soy una mujer extremeña que ya ha pasado lo suyo con los malo tratos. Tengo 48 años y he sufrido malos tratos por parte de mi padre y mi ex marido. Mi padre trabajaba en las carreteras de Badajoz, de peón. Somos cuatro hermanos, yo la más pequeña. Mi padre tenía que ir donde le destinaban, por el trabajo, así que viví un montón de traslados. Mi padre llevaba fatal que yo suspendiera y solía suspender tres asignaturas: matemáticas, ciencias sociales y ciencias naturales. Repetí 5º de EGB. Sólo le enseñé una vez las notas a mi padre. Cogió la correa y echó a correr detrás mío para darme de correazos. Ese fue el inicio. Con la comida hacía lo mismo, y yo empecé a cogerle verdadero miedo. Pasé hasta 7º de EGB, y lo dejé suspenso, porque no podía repetir más. Mi padre me dijo que si yo quería seguir estudiando podía hacerlo en maestría (Formación Profesional). Cogí la rama de peluquería, pero suspendí todas porque no me gustaba. Al año siguiente comprendí lo que realmente quería hacer: puericultura. Pero eso a mi padre no le hacía ni la más mínima gracia.
Cierto día le dije a mi madre que si podía echar para pedir información para el curso, y me dio permiso. Salíamos de viaje hacia el pueblo de mi madre y ese mismo día se presentó un hombre para darme la información. Mi padre se puso hecho una furia e impidió que hiciera el curso. Yo estaba hecha un mar de lágrimas, pues me hacía ilusión hacerlo. Él me obligó a apuntarme a corte y confección, lo cual odiaba. Durante todos estos años sufrí con mi padre malos tratos físicos y psicológicos. Cuando no cogía la correa, cogía la goma para pegarme.
Con 15 años tenía en un barrio unos buenos vecinos con los que poder jugar, pero mi padre siempre estaba en medio para que no jugara con ellos. Así que yo le decía a mi madre que me iba con mi amiga Maribel, y allí en su calle podía ser la niña que yo quería ser. Hice un grupo de amigas con las que salir de paseo. Con esa edad me confirmé, en verano. El grupo de confirmación quería celebrarlo en la piscina. Mi padre, cuando se lo dije, montó en cólera y se negó. Me refugié en mi madre, llorando, la cual me dio permiso para ir a la piscina. Por aquél entonces incluso me planteaba acabar con mi vida.
A los 18 años conocí en un PUB al que sería el padre de mi hija. Por aquél entonces sólo deseaba casarme y salir de casa de mi padre, y tener a un hombre que me defendiera de él. Pero me equivoqué. Tenía 20 años cuando me quedé embarazada, y tuve que contárselo yo sola a mis padres. Mi madre se echó a llorar y mi padre me llamó de todo, hasta puta. Del pánico que le cogí ese día no me atreví a salir de mi habitación. Al día siguiente mi padre empezó a preparar la boda, antes de que se me notara el embarazo.
Los primeros días tras la boda fueron buenos, pero al tercer mes de gestación tuve una amenaza de aborto, por lo que los médicos me recomendaron que guardara reposo absoluto. Nos fuimos a casa de mis padres, para que mi madre cuidara de mí. Un día el gato de mis padres, al que adoraba, se metió en la cama conmigo. Eso enfureció a mi ex marido. Y se enfureció aún más cuando mi padre le dio unos consejos para trabajar. Así que me obligó a levantarme de la mesa, sin terminar de comer, y nos fuimos casa de su madre. Me apartó no sólo de mi familia, sino también de mis amigos, amenazándome que si tenía contacto con ellos me dejaría.
Tras el nacimiento de mi hija tuve que guardar reposo. Al principio se hacía cargo de los cuidados mi madre. Cuando me puse mejor tuve que encargarme del cuidado de mi hija, por entero. De él no obtuve ninguna ayuda. Además, no me dejaba sacarla de paseo, diciendo que no quería que la hija fuera tan callejera como la madre.
También había enfrentamientos entre mi ex marido y su madre, por lo que nos fuimos a un piso lejos de ella. No fue bien la cosa, por sus celos. Él decía que no me quería, y sus celos iban cada vez a más. Las discusiones cada vez eran mayores. Él era alcohólico y bebía dentro y fuera de casa. Mientras, no teníamos ni para comer. De mi familia no quería saber nada, así que como mis padres conocían al párroco le daban a él ropa para mi hija, y el párroco nos tenía que decir que era de Cáritas.
Cuando la niña entró al colegio con 4 años yo me separé por primera vez de mi ex marido, y como no tenía dónde ir volví a casa de mis padres. Estuve con ellos hasta que mi hija hizo la primera comunión. Sin embargo, los enfrentamientos con mi padre continuaron, hasta tal punto que yo comía en una zona de la casa a parte. Por aquél entonces salió un curso de ayuda a domicilio, de 9 meses en horario de mañana, y me apunté. Al principio todo fue bien, pero llegando casi el final del curso mi padre estaba tan cabreado que me insistía en que dejara el curso o nos las veríamos.
Me encontré un día al padre de mi hija, que me insistió en volver con él. Las cosas estaban tan mal en casa que, un día que no estaban mis padres hice la maleta y me fui con mi ex marido. Al final me devolvió a casa. Mi padre estaba tan enfadado que me quitó las llaves y a mi hija, y me echó de casa. Viví en un piso compartido durante 3 años, con un grupo de ecuatorianos. Uno de ellos fue el que me animó a recuperar el contacto con mi madre y mi hija, de momento los fines de semana, luego también vacaciones, hasta que pregunté a mi hija si quería volver a vivir conmigo. Poco después conocí a mi actual pareja y me fui a vivir con él.
Mi padre falleció unos años después, de cáncer, y tras su muerte pude volver a hablar diariamente con mi madre. Mi recuerdo de él es que es un mal padre. Sólo puedo recordar sus palizas, amenazas, sus castigos, su obsesión con que yo me hiciera costurera (me obligaba a coser todos los días dos o tres horas). En cuanto a mi ex marido tampoco tengo buenos recuerdos de él. Creo que llegué a quererle alguna vez, al principio, cuando me deslumbró su seguridad. Pero cuando me apartó de mi madre y mi mejor amiga todo se derrumbó a mi alrededor. Al principio, cunado estaba con él, no deseaba la separación. Era una relación muy tóxica, lo reconozco. Pero ahora sólo recuerdo sus borracheras, sus voces, sus broncas, el estar acostado desde la madrugada hasta bien entrada la tarde, el no molestarse en buscar un trabajo. También recuerdo que cuando venía bebido me obligaba a mantener relaciones sexuales, cosa que yo odiaba. Para mí eso era una violación, aunque esté dentro del matrimonio.
Hoy día estoy más serena. De él no he vuelto a saber nada, ni quiero saber. Vivo feliz con mi pareja y mi hija, y escapo al pueblo cuando puedo, para ver a mi madre. Espero que mi historia le pueda servir a muchas, y que ante la primera bofetada denuncien. En mis tiempos no pude hacer nada de eso, porque no estaba tan al día de los malos tratos y no sabía dónde ir. Pero que no se queden en casa y no tengan miedo, que de eso se nutren ellos: del miedo que nosotras les tenemos. Al miedo se le vence haciéndole frente. Así lo hice yo, y lo superé.
48 años.
Nº 215
En un mundo en constante movimiento, en una España de crisis y paro, el emigrar a un país extranjero es normal, sales a buscar trabajo porque tu tierra no te lo da. ¿Van a aceptarte igual si eres hombre que mujer? ¿O te mirarán diferente si eres mujer? En España, si eres mujer, eres diferente: débil, dependiente y cualquier adjetivo que pueda debilitar a la persona. Sin embargo, las mujeres somos todo lo contrario en el s. XXI. La mujer es fuerte e independiente, aunque en la mente de nuestra sociedad más bien envejecida se nos tenga apartada y dominada. En el s. XXI la mujer es independiente del hombre e incluso de los padres y de la familia, siendo además un ser social necesario para que ésta se enriquezca y desarrolle. La sociedad no se entiende sin una mujer independiente y fuerte como la mujer del s. XXI, que se desenvuelve en una cultura hispana, europea o de cualquier otro lugar del mundo. Mientras más se la arrincona, más débil es la sociedad. Una sociedad desarrollada integra a sus componentes, socializa, da vida, no la niega, no la hace diferente ni la debilita.
Nº 214
En casi todas las entrevistas me preguntan si tengo novia, estoy casada, si tengo hijos, si pienso tenerlos… A mis compañeros no se lo preguntan.
25 años.
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